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Se mordió los labios, y oí que se juraba en silencio, vengarse de mi impertinencia.

Al despedirme, pedí á Rozsahegy una entrevista para el día siguiente.

—Vaya á mi escritorio, á cualquiera hora.

—No es cosa de negocios.

—Entonces, aquí, de nueve á diez de la noche.

¿Le conviene?

—¡Muchas gracias! Hasta mañana, don Estanislao.


V

Á la noche siguiente, y no sin haber vacilado todo el día, me presenté en casa de Rozsahegy para pedir la mano de Eulalia. Era un paso comprometedor, al que me impulsaban el deseo de vengarme de María ó más bien de demostrarle que su indiferencia y su traición eran, por lo menos, simultáneas con las mías, y al propio tiempo los atractivos indiscutiblemente seductores de la niña. Pero me fastidiaba enajenar tan prematuramente la libertad, y á no ser porque una gran fortuna facilitaría mi rápida ascensión, convirtiéndome en un hombre de verdadera importancia, mis cavilaciones de aquel día me hubieran hecho volverme atrás, y renunciar al casamiento, ó dejar, por lo menos, las cosas pendientes.

Rozsahegy me recibió sonriente y curioso en el soberbio bufete lleno de libros vírgenes que tenía en su palacio. Algo sospechaba de la naturaleza de la entrevista, pues no le podía haber pasado inadvertida nuestra intimidad con Eulalia, pero no estaba seguro, porque ésta no había querido hacerle confidencia alguna. Mostróse benévolo, casi servil, como lo era con todos los hombres de la situación que podía utilizar