un medio que no era cultivador de semejantes matices.
En el grupo juvenil, bullicioso, superficial y entrometido, me encontré molesto, porque no iba á mantener conversaciones generales: iba en busca de algo decisivo, y necesitaba hablar aparte con Eulalia. Buscaba el medio de alejarla del grupo, cuando Rozsahegy me hizo muy indirectamente el juego, llamándome.
—La situación sólida, ¿usted cree?—preguntó con aire de inocencia y de perplejidad, aunque fuera un zorro viejo.
—Sí, don Estanislao. Todo va bien. No hay que hacer caso de la oposición. Su misma fiebre lo demuestra. Son perros que ladran á la luna...
—Muchos perros... Ese metin del Frontón...
—¿Ha viajado por el campo? En las estancias, en cuanto ladra un cuzco, todos los perros desocupados se ponen á ladrar también, sin saber por qué, y no muerden, porque no tienen qué morder...
—¡Oh!—dijo Coen, con aire misterioso.—La Bolsa está intranquila...
—¡Bah! contra los que juegan al alza están los que juegan á la baja. Es una partida reñida, pero jugarreta al fin.
—La apuesta es la fortuna del país, no unos cuantos pesos de los jugadores...
—El país es demasiado rico para que eso pueda comprometer su fortuna.
—¡Hum! usted está muy confiado, muy confiado, lo mismo que el Gobierno. ¿Qué hace el Gobierno?
—¡Pues, nada! ¡Provocar la baja! Y lo conseguirá.
¿Quién lucha, don Estanislao, contra el poder y el dinero, el poder total, el dinero inagotable?...