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—¿Qué ha dicho?

—¡Habla muy bien!

—¡Lástima que no diga nada!

—Decididamente—pensé,—aquí no estamos en la Legislatura de mi provincia... Es preciso no volver á meterse en... economías.

Y luego, profundamente sorprendido, me pregunté:

—¿Pero de dónde salen sabiendo, todos estos burros?... ¿Ó basta con que sepan dos ó tres, para elevar el nivel científico de la Cámara?...

¡Eso ha de ser, pero es curioso!


IV

Esto me dió mucho que pensar, confirmándome en mis primitivos temores de ver mi personalidad anulada en Buenos Aires. Y la naciente experiencia me planteaba este dilema de hierro:

Ó eres un hombre de verdadero valor, tienes que conducirte como tal, y entonces verte probablemente condenado al desdén si no á la persecución, pues renunciarías á tus amigos actuales sin conquistarte antes otros que te defendieran, ó eres un hombre mediano que debe contentarse con la medianía y aprovechar las migajas sin provocar los grandes golpes de fortuna, aguardándolos, por si llegan un día, y conservando, entretanto, todos sus puntos de apoyo.

Tengo de lo uno y de lo otro, y caben en mi cabeza las grandes ideas, aunque no me dé por los grandes sacrificios, y soy, como el héroe de Stendhal, capaz de disimular mi superioridad en beneficio propio.

Opté por esto último.