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Esto parecerá rebuscado, enfático, y á los más exigentes hueco, ¡pero había que oirmelo decir con mi voz sonora y musical, y mi ademán, al propio tiempo, amplio, rítmico y dominador! Un calofrío corrió por toda la sala, como una ráfaga de viento en un trigal; las mujeres lloraban, los hombres aplaudían á despellejarse las manos. ¡Qué triunfo aquél! Al salir del teatro, en medio de los agasajos, los apretones de manos, las felicitaciones entusiastas que exteriorizaban mi triunfo, Ferrando se me acercó en el vestíbulo, donde las damas aguardaban sus carruajes mal cubriendo con los abrigos todavía innecesarios dada la estación, sus riquísimos trajes de soirée.

—Un caballero y una señorita muy distinguida acaban de pedirme que lo presente. Allí están aguardando el coche, ¿quiere venir?

—¿Quiénes son?

—Don Estanislao Rozsahegy (pronunció Rosahegui) y su hija Eulalia, una muchacha preciosa...

Y mientras yo le decía «Vamos allá», él agregaba aún:

—La más rica heredera de Buenos Aires...


III

Soplaba el pampero, picante y vivaz, y bajo mi sobretodo sentíame como un hombre nuevo, más alegre y más resuelto que de costumbre, para quien todas las empresas tenían que resultar fáciles y gratas. Por el cielo azul cobalto, transparente como una vidriera de colores, cruzaban rápidas nubes blancas y cenicientas, caprichosamente redondeadas, mientras que el sol, velado por momentos, lanzaba en otros á la tierra sus rayos cálidos aún, en una iluminación