sociedad formada por las señoras más distinguidas?...
—Si ellas creen que puedo servirles...—contesté, pensando que aquello me era conveniente.
—Me han encargado, justamente, de que se lo pida.
—Entonces, no hay más que decir... Cuando esas damas quieran.
La fiesta resultó magnífica y en ella pronuncié el más florido de mis discursos, como podrá verse por el siguiente párrafo, que no era, ni con mucho, el más deslumbrador:
«Como la cascada que, saltando desde la altura, deshecha en lluvia de colores, en avalancha de piedras preciosas, fecunda todo el alto monte y toda la campiña, desde la planta aromática de la cumbre hasta la flor de la falda, hasta la espiga del llano, hasta el árbol corpulento y añoso que crece entre las grietas del peñasco, así el sentimiento desbordante, así la irisada caridad de la mujer argentina, baja desde la cima excelsa en que es soberana, hasta la hondonada obscura en que hormiguea la humanidad doliente; y lo que arriba se llama Gracia, abajo se llama Beneficencia. ¡Oh! ¡dadme, dadme vuestra limosna admirable como único premio de mi vida! ¡Si soy un mendigo, tendré por vosotras el pan cuotidiano; si soy un luchador, tendré por vosotras dónde recuperar los alientos perdidos; si soy un triunfador, encontraré en vuestras manos la corona de laurel; si soy un poeta, tendré en vuestros ojos, cuando entone un sublime canto, la gota diamantina de rocío, la gema incomparable que no puede pagarse con todos los tesoros de la tierra, de vuestros tiernos, de vuestros abnegados, de vuestros preciosos sentimientos, emanación única de Dios!»