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III

Este acontecimiento, que debió abrir un abismo entre Vázquez y yo, provocando nuestra mutua enemistad, resultó luego, de manera lógica, punto de partida de una unión, si no estrecha, bastante afectuosa, por lo menos. Para esto fué, naturalmente, necesaria una crisis.

Sufrió el castigo con estoica serenidad, quedándose en la escuela, durante dos días, hasta ya entrada la noche; pero, al tercero, antes de la hora de clase, me esperó en un campito de alfalfa que yo cruzaba siempre, y, en aquella soledad, me desafió á singular combate, considerando que mis fueros desaparecían extraterritorialmente de los dominios de don Lucas.

—¡Vení, si sos hombre! ¡Aquí te voy á enseñar á que les pegués á los chicos! Todo mi amor propio de varón, sublevándose entonces, me hizo renunciar por el momento á las prerrogativas que él consideraba, erróneamente, suspendidas en la calle, con ese desconocimiento de la autoridad que caracteriza á nuestros compatriotas. Sentí necesaria, con romántica tontería, la afirmación de mi superioridad hasta en el terreno de la fuerza, y contesté:

—¡Aquí no! Soy monitor, y no quiero que los muchachos me vean peleando; pero en cualquiera otra parte soy muy capaz de darte una zurra, para que aprendás á meterte á sonso.

—¡Vamos donde querrás, maula!

Nos dimos de moquetes, no lejos de allí, en un galpón desocupado, supletorio depósito de lanas, y debo confesar que saqué la peor parte en la batalla. La excitación nerviosa dió á Vázquez una fuerza y una tenacidad que nunca le