—¡Está bien, amiguito, así me gusta! Un opositor, echándoselas de inglés, murmuró el título de una comedia de Shakespeare:
—Much ado about nothing.
Y otro le replicó:
—Esperemos á que vengan las ideas.
Raza envidiosa, raza de víboras. ¡Como si ellos tuvieran tantas!
II
No sé si bien ó mal inspirado, don Evaristo me convidó á comer antes de mi partida para Buenos Aires. La reunión, muy íntima—estábamos únicamente los tres,—fué, sin embargo, casi tan ceremoniosa como nuestros primeros encuentros con María en su casa. Sólo Blanco demostraba ó afectaba buen humor, y me invitó á que le escribiera dándole noticia de mis primeros actos é impresiones, cosa que le prometí.
—Y usted, María, ¿me escribirá?—le pregunté.
—Yo no sé escribir, Mauricio, pero siempre acertaré á decirle si estamos buenos ó no. Cualquier cosa que añadiera, podría hacerlo enojar.
Esta alusión al final de nuestra última entrevista me supo mal, pero sólo repliqué, tratando de ser afectuoso:
—Aunque sea una línea suya, me hará muy feliz. Me permitirá esperar con calma que se cumpla el plazo.
—¡Ah!... ¡Falta tanto aún!... Ya pensará en otra cosa...
Ciego, no veía ó no quería ver que la niña me estaba despidiendo, que desde mucho antes había renunciado á su capricho de un minuto, que yo no significaba nada para ella, y