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hacerlo en el curso de la instrucción, si vuelven á alzar el gallo. Y, ahora, para hacerle el gusto, permítame que le presente mi renuncia...

—¡Cómo tu renuncia! ¿Has perdido el juicio? Por nada te dejaré que «renuncies» en estos momentos. ¡No faltaba más!

—Sí, Gobernador. Así se salvan las apariencias.

Y usted aceptará la renuncia, pero copiando este borrador.

Y le presenté una minuta así concebida:

«Considerando: l.º que el benemérito jefe de policía de la provincia, don Mauricio Gómez Herrera, tiene razones poderosas para renunciar el puesto que con tanto acierto y patriotismo desempeña; 2.º que las circunstancias anormales porque atraviesa la provincia, teatro de una agitación subversiva, hacen imprescindibles sus servicios.

«El gobernador de la provincia en Acuerdo de Ministros, DECRETA:

«Art. 1.º Acéptase la renuncia indeclinable de don Mauricio Gómez Herrera; «Art. 2.º Encárgase al mismo don Mauricio Gómez Herrera, del desempeño de las funciones de jefe de policía de la Provincia, mientras duren las presentes anormales circunstancias.» —¿Lo firmará?—pregunté.

—¡Pues, está claro!

—¡Viva la República! ¡Cualquier día iba yo á dejar que mi elección se hiciera sin dirigirla personalmente yo!


XIV

Estas sencillas maniobras, que no sé si llamar hábiles, dieron lugar á un hecho agradablemente inesperado. María me escribió un billetito,