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cuidado, porque sus informes quedarán completamente secretos...

—Esto tiene que venir de habladurías, de calumnias de Sánchez—insistió uno de ellos, Smithson;—nadie sino él tiene interés en perjudicarnos.

—¿Qué clase de interés puede tener Sánchez que, por otra parte, no me ha dicho una palabra?...

—¿Qué clase de interés?—saltó el otro, llamado Peacan.—¡Congraciarse al Gobierno, para que no se haga la luz en los robos del depósito de mercancías de su estación central!

—¡Bah! Ese asunto está en mis manos, y la pesquisa se sigue con toda actividad. El culpable será descubierto, y más pronto de lo que ustedes creen.

Y mirando á Peacan, con sonrisa burlona, como si le insinuara involuntariamente que Smithson y no otro era el soplón, agregué:

—¡Vaya, vaya! Ni se sueña usted quién me ha informado.

Al despedirme de él remaché el clavo diciéndole en voz baja:

—¿Me cree usted tan simple que no hubiera convocado á Sánchez, si éste fuese mi informante? ¿Qué costaba llamarlo también, para desviar las sospechas? En cuanto á Smithson, á quien retuve unos minutos más, también le sugerí la idea de que el indiscreto era Peacan, y esperé el resultado de mi pequeña combinación: Cualquier otro hubiese hablado á solas con cada uno de ellos, para tratar de sacarle la verdad, pero hubiera fracasado inevitablemente; yo, hablando con los dos á un tiempo, suscitando sus recíprocas sospechas, tenía que lograr mi objeto. Y, en efecto, días después, Smithson me anunció que acababan de llegar dos cajones de remingtons,