ya hay centenares de fusiles en la provincia.
—Gracias por la noticia, Sánchez. Ya había olfateado algo de eso. Pero, vaya sin cuidado, que no va á suceder nada... Eso sí, averigüe quiénes han recibido las armas, pero sin alborotar á nadie, y hágamelo saber. Lo demás corre de mi cuenta.
Al día siguiente hice citar á los dos jefes opositores, para que concurrieran á la misma hora á mi despacho. En cuanto los tuve en mi presencia, agitando unos papeles, como si fueran los documentos reveladores de sus manejos, exclamé:
—¡Sé todo lo que pasa!... Pero de hoy en adelante estoy dispuesto á no hacerme el desentendido, y á perseguir cualquier malevolencia, cualquier traición... Así, pues, desde este mismo instante, me darán ustedes cuenta exacta de todas las armas que se introduzcan en la provincia por sus ferrocarriles, y del nombre de sus destinatarios... Estoy cansado de hacer practicar estas averiguaciones por mi personal, y es deber de ustedes facilitar la obra del Gobierno.
Si no lo hacen y resulta en la ciudad mayor número de armas del que yo conozco, los haré responsables de todo lo que ocurra y sus consecuencias. Lo mismo digo respecto de los pueblos de la campaña por donde pasan sus líneas.
Varias veces habían tratado de interrumpirme, protestando de su inocencia y alegando ignorancia, pero no lo permití. Al final, cuando renovaban sus protestas, les hice callar, afirmando:
—Estaré siempre al corriente de lo que se hace por mis propios medios, pero ustedes tienen que informarme con toda exactitud, si no quieren pasarlo mal... Por otra parte, no tengan