«cuando no estaba preso lo andaban buscando», y la prensa europea glosaba nuestras convulsiones internas como otros tantos cuadros de una opereta pasada de moda. Las últimas, sin embargo, habían realizado la «unidad nacional», poniendo al unísono á todos los gobiernos de provincia, que pertenecían exclusivamente á nuestro partido por obra y gracia del ejecutivo de la nación, del ejército y de las intervenciones.
Pero la oposición, desalojada hasta de sus últimos baluartes, quería tomar el desquite y se armaba para luchar en el terreno de la fuerza, declarando que el de la legalidad estaba clausurado para ella. Mi provincia no constituyó excepción. Pero las oposiciones, cuando no son enormemente fuertes, resultan muy desgraciadas en nuestro país, y nunca son así, enormemente fuertes, sino en circunstancias especiales y siempre transitorias. La mayoría, en realidad, prefiere ser martillo y no yunque.
No tardé, pues, en saber los preparativos que se hacían contra el Gobierno local. Los jefes de dos de las estaciones urbanas de ferrocarriles, que tenían también la dirección del resto de sus líneas en la provincia, se permitían ser opositores con mayor ó menor franqueza. El tercero se declaraba situacionista, porque no era «forastero» como los otros, venidos de Buenos Aires y Santa Fe. Este último acudió un día á mi despacho, muy alarmado, para revelarme que se habían introducido algunos cajones de armas por su línea, aunque fuera notoria su fidelidad al Gobierno y su continua vigilancia.
—Y si se han atrevido á servirse de mi compañía—agregó,—estoy seguro de que se sirven mucho más de las otras, y de que en estos momentos