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Á los carcamanes, bachichas, «mangia polenta», escasos por entonces en la provincia, no les economizaba dicterios, y el mismo doctor Orlandi, pese á su alta posición oficial y pecuniaria, no escapaba á sus tiros. Don Claudio le hacía coro y complementaba á veces sus recuerdos y observaciones, con análoga malevolencia, subrayando algún detalle ó exhumando otros desconocidos ú olvidados por su cara mitad.

—«Acordate» de que, cuando nació Zutanito, hacía meses que había parado en su casa don Justo, el gran caudillo. Y Zutanito es el vivo retrato de don Justo, mientras que no se parece nada al padre.

Y así para todos, sin que nadie quedara en pie. Completaban, pues, admirablemente mi policía oficial, en el tiempo y en el espacio, metiéndose donde ésta no podía entrar, resucitando archivos inaccesibles para ella, y gracias á sus informes é insinuaciones podía yo escribir sueltecitos picantes como «ají cumbarí». Pero, aleccionado por el caso de Vinuesca, que no había para qué repetir—los duelos son útiles cuando el motivo lo merece y pueden darnos mayor notoriedad,—cuidaba de indicar clara, inequívocamente á mi víctima, pero sin señalarla de un modo categórico. Quiero presentar aquí un espécimen de aquella literatura, una silueta—no la más hiriente, por cierto,—de un enemigo de significación, el redactor en jefe de El Grito del pueblo, diario el más vehementemente radical que se haya visto en mi provincia:

«Escribe con una copa de caña al lado. Esta copa siempre está llena, y no porque él la olvide.

No. Cuando se la bebe, distraído, le escancia inmediatamente otra una mujerona de