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sica de su pata coja. Pero, meditándolo más, quizá no obrara ni como una ni como otra cosa, sino, apenas, como un simple que se defiende con las armas que tiene, sin mala ni buena intención, por espíritu de conservación propia, y utiliza para ello los medios políticos á su alcance—medios poco sutiles á la verdad, porque la sutileza política no es el dote de los simples.—Para los demás muchachos, el ejemplo podía ser descorazonador, anárquico, desastroso como disolvente, porque don Lucas no sabía contemporizar con la cabra y con la col; pero ¡bah! yo tenía tanto prestigio entre los camaradas, era tan fuerte, tan poderoso, tan resuelto y tan autoritario, para decirlo todo de una vez, que el puesto gubernativo me correspondía como por derecho divino, y muy rebelde y muy avieso había de ser el que protestara de mi ascensión y desconociese mi regencia.

Comencé, pues, desde el día siguiente, á ejercer el mando, como si no hubiera nacido para otra cosa, y seguí ejerciéndolo con grande autoridad, sobre todo desde el famoso día en que presenté á don Lucas mi renuncia indeclinable...

He aquí por qué:

Irritado contra uno de los condiscípulos más pequeños, que, corriendo en el patio, á la hora del recreo, me llevó por delante, levanté la mano, y sin ver lo que hacía le di una soberbia bofetada. Mientras el chicuelo se echaba á llorar á moco tendido, uno de los más adelantados, Pedro Vázquez, con quien estábamos en entredicho desde mi nombramiento de monitor, me faltó audazmente al respeto, gritando:

—¡Grandulón! ¡Sinvergüenza! Iba á precipitarme sobre él con los puños cerrados, cuando recordé mi alta investidura, y, conteniéndome, le dije con severidad:

aventuras.—2