abandonado de la mano de Dios! ¡El divorcio! ¿sabe usted lo que es el divorcio? ¡La disolución de la familia, la anarquía de la sociedad, el olvido de todas las tradiciones, el ateísmo en auge! La mujer, sin el freno del matrimonio, no irá á buscar consuelo y confortación en la iglesia, arrastrada como se verá por el torrente de una vida de aventuras, corriendo como irá tras de una felicidad terrena que se le ofrecerá engañosamente, en sustitución de la dicha celestial que es, hoy por hoy, la única que espera...
¡Hay que hacer que ese proyecto caiga de tal modo bajo la condenación general, que nadie se atreva, en muchos años, á volver á presentarlo!...
¡Vaya con el «tanteíto»!...
—Si llego á ir al Congreso, como espero, me dedicaré exclusivamente al triunfo de la buena causa, y el divorcio no tendrá enemigo más resuelto—dije con unción.
—¿Aunque el Presidente lo apoye?
—En cuestiones de conciencia, los partidos no tienen que entrometerse. Yo encontraré el medio de hacer que el Presidente deje á sus partidarios en plena libertad en esta cuestión.
—¡Es tan liberalote! ¡En su provincia se mostró siempre tan enemigo nuestro!
—Eran otros tiempos. Y, además, padre, tenía que propiciarse el pueblo bajo, en vista de la Presidencia... Ahora no querrá mezclar á la cuestión política una especie de guerra de religión, ni enajenarse la voluntad femenina, inclinada á él por el apogeo del lujo y la riqueza, por el brillo de una vida de holgura y diversiones...
amén de otras cosas...
—Puede que eso sea verdad. En fin, ya que está usted animado de tan buenas intenciones, es preciso que vaya al Congreso. Allí hacen falta hombres como usted.
No oculté mi satisfacción. Fray Pedro, recobrando