los registros durante un par de horas.
Pero si la oposición propiamente dicha no tenía ingerencia alguna en la elección, el partido católico en particular era influyente, sobre todo antes de la elección, es decir, en la designación de candidatos. En el partido del Gobierno, así como en los demás, había muchos de sus miembros, gente por lo general rica y conservadora, de elevada posición social, y cuyos consejos se escuchaban siempre y se seguían á menudo.
La opinión de éstos en cuanto á hombres y cosas, se consideraba el exponente de lo que el pueblo podía tolerar. Algo que provocara su violenta desaprobación, sería necesariamente inaguantable para los demás. Podían, pues, hacer con éxito la guerra á mi candidatura, antes de que saliera á luz, ya que no en los comicios.
Esto lo temí siempre hasta una conversación que tuve con fray Pedro Arosa.
—¿Ha oído usted hablar—me preguntó una tarde,—de un proyecto de ley de divorcio que va á presentarse al Congreso, y que completaría la iniquidad de la ley de matrimonio civil? ¿Sabe usted si el Presidente está dispuesto á apoyarlo?
—No lo creo—repliqué.—El Presidente debe tener en la actualidad otras preocupaciones. En cuanto al proyecto, existe, pero lo considero un simple tanteo de la opinión, un preparativo para más tarde...
—¡Pues, ni como tanteo!—gritó el padre Arosa.—Los «tanteos» preparan las «realizaciones»...
¡Esos herejes, relapsos, merecerían un terrible castigo! ¡Es necesario que su tentativa fracase ruidosa, totalmente! Están minando el edificio de la Iglesia, el templo del Señor, que aplastará al país con sus ruinas. ¡El día que se acabe la religión, esta República habrá dejado de existir, será un pueblo muerto,