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de producirse! ¡Pero si eso es tener talento político! ¿Qué han hecho los «reformadores», los «creadores de circunstancias», en nuestro país y en todas partes, sino ir á la inmolación ó ponerse sencillamente en ridículo?...

Fray Pedro Arosa, el más inteligente de la tertulia, quiso saber á qué atenerse respecto de mí, y un día me sometió á un amable interrogatorio, como si hablara de cosas indiferentes.

—Muchos hay—me dijo,—que no creen ciegamente en los sagrados misterios de nuestra religión, pero que tampoco se atreven á negarlos y les tributan el más profundo respeto. Esperan el «estado de gracia» que, dada su situación, no puede tardar en llegarles. Entretanto, se sienten desgraciados—así debe decirse,—porque les falta la inefable satisfacción de todos los momentos que sólo puede darles la fe.

Pisé el palito, contestando distraído que yo me hallaba precisamente en esa situación, que quería creer, pero que no podía librarme de toda duda. Veneraba la iglesia—había dado pruebas de ello,—pero se me hacía difícil admitir todo su credo, probablemente porque no me hallaba en el susodicho «estado de gracia».

¿Por qué no frecuenta más los sacramentos?—preguntó campechanamente el padre Arosa.

—¿Cómo dice, padre?

—¿Por qué no se confiesa y comulga más á menudo? Cuando se está con un pie dentro y otro fuera de nuestra santa religión, hay que hacer un esfuerzo. El estado de gracia viene de lo alto, repentinamente, como á San Pablo en el camino de Damasco, pero también puede obtenerse, mediante la oración y las prácticas religiosas. La fe, la convicción, se logra con la voluntad de la evidencia, y trae consigo innumerables satisfacciones, morales y materiales.