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cumplir, de grado ó por fuerza. ¡Para algo tengo la provincia en la mano!...

—Váyase tranquilo—murmuró el Gobernador, vencido, prometiendo...


X

Una sola cosa perjudicaba realmente á mi candidatura. Por falta de reflexión, por insuficiente clarividencia del porvenir, tanto en Los Sunchos como en los primeros tiempos de mi vida ciudadana, habíame mostrado de un liberalismo quizá excesivo. Cualquiera hubiese dicho entonces que me desayunaba comiéndome un fraile y que cenaba devorando un cura ó poco menos. En realidad, no me importaban un ardite, pero creía que esta actitud me daba cierto carácter batallador é independiente que modificaba en mi favor todo cuanto de antipático pudiera haber en mi sumisión á los poderes constituídos y en mi partidismo incondicional.

Además, el escepticismo estaba de moda.

Pero, desde mi elevado puesto, que me obligaba á la observación de los hechos con documentos reales y positivos, sospeché en un principio—cuando el duelo con Vinuesca,—y pude convencerme después de que estaba equivocado.

¿Qué había hecho posible, por ejemplo, la abortada intentona revolucionaria contra el difunto gobernador Camino? Simplemente, la inclinación del clero hacia las filas opositoras, unos cuantos sermones contra los «infieles» que, amenazando la religión, conducían el país á la ruina. La palabra de los agitadores políticos era sospechosa en las campañas; pero las mismas ideas vertidas desde el púlpito, ó difundidas de casa en casa por el señor cura,