—¡Eh! Se hace lo que se puede, Gobernador.
—¡Qué diablo de muchacho! Hace bien de aprovechar, mientras es mozo... Yo también, si pudiese... Pero ya se me pasó el tiempo...
Solamente... Solamente me gustaría acompañarlo alguna vez... ¡Oh! por curiosear, como mosquetero, no más, porque ya no sirvo para nada... Pero, en fin, un rato de vida es vida...
—¿Y á dónde me querría acompañar, Gobernador?—le pregunté, por tirarle de la lengua.
—¡Bah! Usted bien sabe... No ha de ser á misa, está claro... Usted tiene tantas buenas relaciones, y ha de ser tan divertido... ¿No me convida, entonces?
—¡Cómo no! Cuando usted quiera...
Abrevio. Lo más difícil de decir es esto: el gobernador Correa, como novel aspirante, adoptó las modas después de abandonarlas yo. Y nadie tuvo de qué quejarse, ni yo, ni las modas, ni el Gobernador. Sólo misia Carmen, quizá.
Ésta era una de tantas entre todas mis funciones policiales. Y, á propósito, apenas he hablado de mi acción en cuanto al orden y la seguridad.
Esto se explica: se ha abusado del género en estos últimos tiempos y no quiero plagiar involuntariamente á Gaboriau, á Conan-Doyle, á Leblanc ó á Eduardo Gutiérrez.
Á ellos envío á los que me quieran ver realizando hazañas de pesquisante, pues siempre saldré ganando; quizás, en efecto, no haya hecho nada notable como detective, pero agregaré en mi defensa que nadie me lo exigía. Muy al contrario, á veces se me aconsejaron procedimientos análogos á los del comisario Barraba de Pago Chico, especialmente en asuntos de