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me preocupaba mucho mi porvenir político, y más aún porque mi puesto de jefe de policía me daba nociones de la vida—exageradas por lo unilaterales,—que no ha escrito el más negro de los pesimistas, que no se han expresado ni aun en la redacción de los diarios más chismógrafos.

El mejor informado de los repórteres no sabe, en cuanto á la vida privada de los habitantes de una ciudad grande ó pequeña, ni lo que sabe el más ínfimo de los policías, y si quisiera novelas ó escándalos, no tendría más que pasar por ese cedazo, ó, mejor dicho, tenerlo en la mano. Se echan pestes contra la policía, pero si ella hablara se acabaría, sencillamente, la sociedad, minada en sus cimientos, ó, por lo menos, en la parte convencional de sus cimientos, que no es la menos importante. Pero, como educación moral, esta escuela de la policía es, como ya dije, excesiva, porque sólo pone de relieve la parte mala, baja y despreciable de la humanidad, invitando á creer que toda ella es así, sin excepciones, ó casi... No se extrañe, pues, que no pudiera tener confianza en una mujer, por pura y altiva que pareciese.

Sin embargo, María había lastimado hondamente mi amor propio. Lo comprendí al encontrarme aquella misma tarde de manos á boca con Vázquez, quien se acercó á saludarme, afectuoso, aunque con el velo de tristeza que ya no lo abandonaba nunca.

—¿Cómo te va?

—¡Mal!—le repliqué.

—¿Qué te pasa?

—Alguien me ha desconceptuado en la opinión de una persona que estimo muy mucho...

—¿El Gobernador?

—¡No te hagas el tonto! Encogióse de hombros, estuvo un momento callado, y luego murmuró: