—Ha caído en el puesto de honor, manteniendo alta la bandera de sus convicciones.
¡Llorad, pero imitad este ejemplo, ciudadanos! No sé lo que Cruz, si estaba presente, comprendió en estas palabras. En cuanto á mí, es la primera y última vez que he tenido que hacer esfuerzos para no reirme en un cementerio.
VII
Al día siguiente, me llamó Correa á su despacho de gobernador.
—Mirá—me dijo.—He pensado mucho en la situación, y he resuelto cambiar el ministerio.
¿Querés ser ministro de Gobierno?
—¡No friegue, don!—exclamé.—Usted me ha prometido otra cosa.
—Sí. Pero, hijito, ¡ministro!...
—¿Y qué hay con eso? Á usted no le quedan más que dos años de gobierno; y yo quiero ir á Buenos Aires. Esto es muy chico para mí.
Mire, no cambie los ministros: son buenos muchachos y ya están acostumbrados á hacer lo que quiere el gobernador.
—Eran hombres de Camino.
—Se equivoca. Eran y son hombres del gobernador.
Tanto les da Juan como Pedro, con tal de que ellos figuren.
—Es que quisiera cambiar un poco el Gobierno, darle al pueblo alguna satisfacción.
—Llame á Vázquez, entonces.
—Puede que no sea mala idea.
—Pero, le advierto: Vázquez es un contemporizador y una especie de puritano: como contemporizador no satisfará á la oposición, y como puritano hará enfurecerse á los nuestros.
Además, Camino lo ha puesto mal con el Presidente...
Conque...