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hay que forzar la suerte, ni aun en el juego, sino cuando llega la ocasión. Y á mí tenía que llegarme, como me llegaban las épocas de trabajo—las electorales,—y las de descanso—la modorra provinciana en las épocas de normalidad.

Por el momento, bueno era volver tranquilamente á la siesta. ¿No habíamos pasado por un largo período de agitación tal, que ya ni visitaba la casa de Blanco, ni me daba apenas tiempo para ver á mis viejas amigas, y hasta tenía que interrumpir de vez en cuando mis partidas en el Club del Progreso, postergar mis cacerías con almuerzo, y suspender cien otras empresas agradables?... Sí. Volvamos á la vida epicúrea, que es la mejor, mientras no llegue el momento oportuno de lanzarse al asalto de la gran capital, de la verdadera, de la única.

Camino me preguntó un día, como si se le ocurriese de repente:

—¿Cuándo «acaba» Vázquez?

—Creo que dentro de cuatro meses.

—Hay que ir pensando en eso.

—¿En qué?

—En la elección. Hay que ver á quien se elige.

—¡Al mismo Vázquez, pues! Me miró primero con enojo, después con serenidad, en seguida con sorna, y dijo:

—No... No lo quieren en Los Sunchos.


V

Sólo la ingenuidad de Vázquez es comparable á la tontería de Camino; desdeñando un efecto teatral, diré que Vázquez no siguió mucho tiempo en su banca de diputado, ni Camino en su