Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/187

Esta página no ha sido corregida
— 179 —

¡Seguiría gobernando desde su casa, tranquilamente, con cualquier personero, para bien del país, que tanto había adelantado y tanto tenía que agradecerle! Y, efectivamente, gracias á él, á sus consejos de disciplina y de relativa tolerancia, en nuestra provincia, por ejemplo, vivíamos en una paz octaviana, que nos permitía dejar un poco de lado la política para ocuparnos de nuestros negocios y diversiones, sin que por eso faltaran los chismes y las intrigas que daban sabor á nuestras tertulias.

Yo salía á menudo á cazar en los alrededores, acompañado por varios amigos de buen humor, con quienes teníamos grandes almuerzos campestres, famosos entre todos, tanto que nos llovían las directas ó indirectas solicitudes de invitación.

Las largas partidas en el Club del Progreso, ocupaban mis noches, con alternativas de pérdida y ganancia que no comprometían ya mi presupuesto. Por las tardes salía de paseo ó de visita—sobre todo á casa de Blanco,—y así dejaba correr los días perezosos, esperando el maná que, sin duda alguna, caería del cielo, más tarde ó más temprano, en exclusivo beneficio mío. Nada, ni aun la ambición, turbaba en aquel entonces mi tranquilidad; la vida amodorrada de provincia me iba enervando, conquistándome hasta el punto de que ya casi no comprendía otra, y nuestras mismas reuniones en el despacho de la policía, que en épocas de agitación llegaban á febriles y bulliciosas, eran entonces monótonas y aburridas hasta el bostezo, como si la invitación á la siesta entrara por puertas y ventanas, con el aire y la luz, con el mate inacabable que nos servía un asistente.

El gobierno de Benavides no era ni sal ni agua, ni chicha ni limonada. Él y sus ministros se limitaban, como quien está cayéndose