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sin duda,—y de su nombre, uno de los más preclaros de la provincia, donde su familia desempeñaba gran papel, pese á cierta escasez de fortuna; y me deslumbraba hasta el punto de hacerme dejar de lado, por un momento, mis tendencias, resueltamente antimatrimoniales.

¡Sí! con una mujer así, bien podía casarme, porque, aun sin el dinero, su aporte á la sociedad conyugal sería importantísimo. Una alianza con los Blanco podría resultarme altamente provechosa, porque tenían positiva influencia en la provincia y eran de lo que puede llamarse la más elevada aristocracia. Nuestros dos apellidos, vinculándonos á lo más granado de la República entera—ella con el contingente del interior, yo con el de Buenos Aires,—crearían todo un nuevo título á la consideración social y política. Me detuve un poco en estas ideas, viendo que Vázquez perdía terreno aquella noche, más que todo por su culpa, pues, ¿quién le mandó entonar mis alabanzas ante una niña de espíritu algo romántico, prendada de lo caballeresco?... Y como el padre de María, don Evaristo, me ofreciera su casa, agradecí calurosamente, prometiendo cultivar tan honrosa relación. La veleidad matrimonial había pasado, sin embargo, como un relámpago; puede que su semilla quedara en algún rincón de mi cerebro. Ya veríamos más tarde...

Pero desde entonces visité á los Blanco con asiduidad, en ocasiones hasta dos veces por semana.

Entretanto, Vázquez, lleno de gratitud hacia mí, su padrino, su Gran Elector, llegó á ser diputado por Los Sunchos.

La elección pasó sin tropiezo, porque yo mismo fuí á arreglar las cosas, con autorización del gobernador Benavides, dejando así bien demarcada mi acción en este asunto, que Vázquez