de feria de noviazgos, usual en muchas ciudades de provincia, y famosa en la época romántico-gauchesca de Buenos Aires, cuando los mozos «bien» que se iban á la «estancia», paseaban á caballo días enteros, para ver y hacerse ver. Las negociaciones preliminares entre novios y novias han sido siempre ridículas para quien las mira de afuera, ¡pero cuán interesantes para actores y actrices, ya queden en la forma salvaje de la cacería de la mujer, ya lleguen al refinamiento del baile, la tertulia ó la visita, en la alta sociedad civilizada! Amor, eterno amor, genio de la colmena, como diría Maeterlinck, ¡instinto invencible que embriaga al adolescente, impulsa al joven y suele enloquecer al viejo! En estas andanzas conocí de vista á María Blanco, que desde un principio me pareció una muchacha muy interesante y muy honesta, aunque siguiera la costumbre de la exhibición, que nadie tomaba á mal, por otra parte, incorporada como estaba á nuestra vida. Era una joven alta, rubia, muy blanca, de ademán severo, y sus ojos azules tenían pestañas y cejas negras, lo que les daba un brillo particular de agua clara y profunda y los hacía, á veces, parecer negros también. Su conversación, según observé en la tertulia, era agradable, al propio tiempo mesurada y entusiasta, y daba la impresión de un alma ardiente regida por un carácter firme y resuelto. Por lo menos, estas fueron mis sensaciones de aquella noche, y muchas de ellas han tenido que reproducirse más tarde, con igual ó mayor intensidad.
—¿Si será ésta la mujer que me está destinada?—llegué á preguntarme entonces, casi instintivamente.
Me deslumbraba el prestigio de su belleza, de su ingenio, de su amabilidad—su bondad,