clerical, porque Fray Pedro tenía grande influencia en su partido...
Nadie criticó, pues, que el gobernador no aceptara mi renuncia y me dejara en el puesto que tan brillantemente desempeñaba—como decía de la Espada cada vez que mi nombre le caía bajo las puntas de la pluma.
Mi herida era ligera, y no tardé en estar bueno, acontecimiento que se festejó muchísimo en la ciudad. Hasta una tertulia del Club del Progreso vino á resultar en mi honor. Tratando de igualarse á Buenos Aires, orgullosa entonces del suyo, no había en el país ciudad, pueblo ni aldea que no tuviese ó pensase tener su Club del Progreso, siquiera en el nombre, y todos estos clubs eran, casi sin excepción, patrimonio del partido del Gobierno, con abstención generalmente voluntaria, á veces forzosa, de los opositores.
En la tertulia, que era una de tantas, pero de la que fuí héroe único, gracias á mi renuevo de gloria, bailé varias veces con María Blanco, la novia de Vázquez. Éste que, á fuer de padrino primerizo estaba encantado con el duelo, como con la realización de algo novelesco que sólo puede verse en los libros ó en el teatro, había contado ponderativamente á la joven mi valerosa y tranquila actitud antes del combate, en el encuentro mismo, cuando caí herido y cuando pedí noblemente excusas á mi adversario.
María estaba encantada de bailar y de conversar conmigo, y no trató de ocultármelo.
Yo la conocía mucho de vista aunque nunca hubiera hablado con ella. Salíamos, con Vázquez, ó con otros camaradas, muchas tardes en victoria descubierta, á correr las calles empedradas, exhibiéndonos á la admiración de las muchachas, que se exhibían á su vez en ventanas, balcones y puertas, haciendo una especie