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novia tiene unas ideas... ¡Á veces la creo demasiado ambiciosa!

—¿Tu novia? ¿Es tu novia, por fin?

—No; pero lo será. Todo pinta muy bien.

—De modo que todavía se puede tantear...

sin hacerte mal tercio—dije, en broma.

Aquella noche, puesto en vena por mi inesperada proposición, y quizás, también, por un vinillo muy capitoso que acababa de importar el gerente del Club, habló con más locuacidad que nunca, y se permitió hacer un examen de mi modesta individualidad. Antes de renovar en lo posible sus palabras, trataré de decir lo que él me parecía y la impresión que me produce todavía ahora. Algo taciturno é inclinado á la melancolía, buscaba seguramente en mí un contraste que lo animara; se divertía mucho con cualquiera de mis ocurrencias, hasta las más tontas, á causa, sin duda, de ese mismo contraste, sin dejar, por eso, de discutir lo que él llamaba mis «doctrinas» ó mis «paradojas».

Desde antes de salir de Los Sunchos, escribía versos—malos á decir verdad,—pero no renunció á ellos, antes de doctorarse, por su indigencia presuntuosa, sino—aseguraba él,—porque «el verso le obligaba á abandonar una parte de su pensamiento, y á veces á escribir algo que no había pensado». Esto me hacía recordar la famosa frase del negro bozal: «¡Corazón ladino, lengua no ayuda!» Pero agregaba con sentido común, que, «para escribir versos medianos, más vale escribir cartas á la familia».

Cuando yo le motejaba de teorizador, él sostenía que «estudiaba en los hombres y en las cosas, prefiriéndolos á los libros, pero que éstos no deben dejarse de lado, porque son la síntesis de los estudios anteriores, y, sobre todo, el más grato de los entretenimientos.» Alguna vez se me ocurrió que me había tomado