Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/173

Esta página no ha sido corregida
— 165 —

—¡Hombre! Creo haberte dicho una vez lo que pensaba al respecto... y que lo tomaste bastante á mal.

—Sí, pero me parece que ahora habrás cambiado un poco de opinión... Sobre todo tú, que eres doctor, que has estudiado, verás figurando en las Cámaras á muchos que valen menos que tú, más, menos de lo que yo valía cuando me hicieron diputado.

—Es verdad... Los hechos están ahí... No es posible negarlos...

—En ese caso, ¿aceptarías una diputación?

—¡Vaya una pregunta! Eso se piensa cuando viene el ofrecimiento.

—Y es el caso.

—¿Cómo?

—Sí. Yo te ofrezco la diputación. ¡Yo-te-la-o-frez-co!—repetí, recalcando cada sílaba.

—¡Déjate de bromas!

—No son tales.

Le conté entonces cómo estaba, en cierto modo, vacante la diputación de Los Sunchos, y cómo podía él resultar diputado sin tener que competir con un tercero, amigo ó enemigo de la situación. No me quería creer. Y en cuanto me quiso creer, asomaron los escrúpulos.

—En ese caso no me elegirían. ¡Me nombraría el Gobierno!...

—Resultarías elegido como todos los demás, y con esta enorme ventaja: que no tendrías compromisos, porque, al fin y al cabo, tu Gran Elector sería yo. ¡Vaya! Autorízame á obrar, y yo te aseguro que antes de tres meses estás en la Legislatura haciendo maravillas.

Fingió creer que era broma, y esto le permitió darme plenos poderes. Después, enterneciéndose un tanto, me hizo esta declaración:

—Si esos sueños se realizaran, sería una suerte para mí. No por la política. No. Pero mi