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más. Te podés ir tranquilo. Aquí no se ha de mover una mosca. ¡No faltaba más! ¡Antes que eso resucitaría el «contingente»!...

—¡Qué don Sandalio éste! ¡No se me asuste! ¡Si todavía hay otros más comilones!...—dije, por fin, para tranquilizarlo sin pasar por sonso.

Me miró como á un Dios, y desde aquel punto creí en su fidelidad... mientras continuara de jefe de policía.


II

El asunto marchó viento en popa. El plano primitivo del pueblo desapareció de los archivos de la Municipalidad. La indemnización se votó, generosa y contante. Pocos meses después las nuevas calles estaban abiertas al tráfico público, con gran contentamiento de la población, y mientras los opositores, caídos por fin de su burro, gritaban que aquello era una indignidad, un negocio leonino, de la Espada halló manera de dar en La Época un bombo colosal á la progresista Municipalidad, y de alabar el patriótico desinterés de Mauricio Gómez Herrera, hijo preclaro de Los Sunchos, por cuyo engrandecimiento me sacrificaba, y eminente jefe de policía de la provincia. Pero no todas eran rosas. El negocio, magníficamente pensado, era á larga data, y por aquel entonces sólo en parte resultaba realizable el plan de vender toda aquella tierra dividida en lotes, y obtener por ella un alto precio, aunque estuviese en el mismo «riñón» de Los Sunchos. No había llegado todavía la hora de las locas especulaciones, y era necesario esperar. Con todo, confiando en el porvenir, y á imitación de algunos atrevidos hombres de negocios, saqué dinero del