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me obligaba aún más á contemporizar con él. ¿Cómo salvarme del compromiso, cómo ganar tiempo, al menos?... Á fuerza de buscar, se me ocurrió una idea luminosa, y escribí á la muchacha, en una forma ambigua, sólo clara para ella, diciéndole que más que nunca guardara su secreto, y á don Higinio preguntándole si iría pronto á la ciudad, pues me urgía hablarle de un asunto muy importante que no podía tratarse por cartas, pero que tampoco era cuestión de días más ó menos. Un «se trata de mi felicidad», debía sugerirle el tema probable de la entrevista.

Me precipitaba hacia el escándalo, precisamente para contrarrestarlo, y elegía la ciudad, donde las cosas más graves, las que serían catástrofes en una aldea, pueden pasar inadvertidas, y donde toda defensa es más fácil. En aquel teatro se equilibraban mejor nuestro poder y nuestras armas.

Como lo había supuesto, el viejo se precipitó á la cita. Creo que estaba más contento que la misma Teresa, pues creía realizar un sueño de muchos años y crear para sus nietos toda una aristocracia, dándoles al propio tiempo gran fortuna, elevada posición y un nombre envidiable, un apellido patricio.

—¡Don Higinio!—exclamé al verlo.—Mi asunto no corría tanta prisa.

—No—dijo ladinamente.—Si he venido por otras muchas cosas; y de paso es natural que te pregunte lo que querés.

—Yo hubiera debido ir á Los Sunchos; pero ya comprende usted que mis ocupaciones de la Cámara me lo impiden.

No había ido, temiendo, además de lo que ya he dicho, las escenas con Teresa, y su posible indiscreción... ¡Oh! las mujeres saben callar, pero de repente, cuando no hay peligro