Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/127

Esta página no ha sido corregida
— 119 —

que había ido á la ciudad de paseo. Como todos los demás, me felicitó por mi rápida carrera, pero con cierto aire burlón, que yo tomé por crítica ó protesta muda.

—¿Quisieras verte en mi lugar, eh?—le dije, enfadado, con tono de superioridad hiriente, significándole que debía tener su poco de envidia.

—¿Yo? No creas. ¡Te va á costar tanto trabajo mantenerte á la altura de tu puesto!...

Yo no aceptaría por nada, á nuestra edad, un cargo tan lleno de responsabilidades... ¡Hacer buenas leyes y gobernar bien al pueblo! No; es una tarea inmensa, un sacrificio enorme.

Solón ha dicho...

—¡No me importa lo que diga Solón, señor estudiante!—interrumpí, rabiando por la solapada y sangrienta ironía que creí ver en sus palabras.—¿Acaso los demás diputados se preocupan de semejantes tonterías? ¡«Sos» un pavo que nunca sabrás vivir, y no te das cuenta de nada! No todos han de proyectar las leyes desde el primer momento, y cualquiera, con un poco de sentido común, puede saber si son buenas ó malas las que se le presenten...

—¡Oh! Ese papel está bueno para los burros que no tienen decoro ni aspiraciones, no para un muchacho como tú, inteligente y de corazón, que puedes ser más tarde muy útil á tu tierra. No, Mauricio, no te envidio, por ahora.

Hay que prepararse mucho para tareas así, y yo no estoy preparado; apenas si empiezo á aprender... Dentro de algunos años no digo que no. Pero, ahora, lo principal es estudiar.

—Sí, las cosas viejas de los libros viejos, las antiguallas del tiempo de Mari-Castaña. ¡Vaya una sabiduría! —De lo viejo ha salido lo nuevo. Lee el Espíritu de las leyes de Montesquieu y verás.