un oso; pero las mujeres son tan amables, cuando quieren, que me sorprendí de no haber frecuentado más la sociedad... No; aventuras no tuve. Me faltaba atrevimiento, y, por otra parte, la bendita chismografía y el santo espionaje de los pueblos pequeños, como una especie de cinturón de honestidad, hacen á las mujeres recatadas y hasta virtuosas, mientras no interviene la verdadera pasión.
En fin, cuando se lanzó mi candidatura, ungida por el mismo Gobierno, pocos días antes de las elecciones, mi designación sorprendió á muy poca gente: estaba en el aire, sembrada esporádicamente por don Higinio, de la Espada y los demás amigos. La única persona que se sorprendió y se asustó fué mamita. En cuanto supo mi proclamación, aceptada sin objeciones, con la mayor disciplina, impulsada por su misticismo iconólatra, empezó á encender velas ante una imagen de Nuestra Señora de los Dolores, pero nunca quiso decirme si lo hacía para que saliera ó no saliera diputado... Sospecho lo último.
La elección fué canónica, porque en Los Sunchos, como en todas partes, las urnas estaban vedadas á los opositores que, desde tiempo inmemorial se limitaban á protestar las elecciones ante escribano público, sin más resultado que dejar un documento para la historia que probablemente no lo utilizará jamás. Mauricio Gómez Herrera resultó diputado, como se proclamó aquella misma noche, calurosa y clara, de un domingo de marzo, entre los estampidos de las bombas de estruendo y los paso-dobles de la charanga municipal. En el comité hubo fiesta que se continuó en el club, donde se destaparon algunas botellas de champaña é innumerables de cerveza. Yo tuve que brindar con todo el mundo y con todos los líquidos.