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aspavientos. ¡Claro, que si Teresa fuera macho, no te caería la ganga...! Pero viene á ser lo mismo... Yo me entiendo, y cuando llegue el momento... La muchacha y «vos» son muy jóvenes todavía... Bueno, pues, además del nombre de tu tata y de mi protección, tenés tus trabajos:

has escrito en «La Época».

En efecto, con el contagio de la redacción, había garabateado uno que otro sueltecito, una que otra diatriba más ó menos calumniosa ó epigramática contra nuestros adversarios.

—De la Espada, como que es gallego, no puede pretender otra cosa que un poco de platita, y se la daremos. Será el primero en cacarear que «sos» el alma del diario, y el mejor elemento del partido. En fin, ésta es cosa mía, y podés estar seguro de que no me la quita nadie.

Yo tenía fiebre. No sabía lo que me pasaba, no podía estarme quieto, ni hablar; hubiera bailado, chillado, corrido. Entretanto, don Higinio me reservaba una sorpresa más importante todavía, si se mira bien.

—Serás diputado—continuó,—y tendrás una fortunita. Vengo pensando en eso desde hace mucho, y creo que, por fin, he dado en el clavo.

Apenas te sentés en tu banca de la Legislatura, yo haré que la Municipalidad mande abrir las calles Santo Domingo, Avellaneda, Pampa, Libertad, Funes y Cadillal, que están cortadas por tu chacra. Naturalmente habrá que pagarte el valor del terreno que te quiten, es decir, unas veintitantas mil varas cuadradas, y te las han de pagar bien. Te quedarán, entonces, nada menos, veintiséis manzanas de pueblo, en el mismo riñón, como se dice. Siguiendo mi mal consejo, podés vender dos ó tres de las más afuera para hacer veredas y tapias con esa platita. Lo que quede, á la larga será toda una