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justísima exigencia, harían abstenerse á «sus amigos», dando el triunfo á la oposición que se envalentonaría enormemente con ese primer éxito que le caería de arriba...

Esto agitó hasta la convulsión al pacífico pueblo de Los Sunchos, desencadenando pasiones y ambiciones. En tan graves circunstancias, don Higinio asumió su papel de caudillo, predicó la moderación, el mantenimiento de la disciplina á todo trance, y se encargó de arreglar personalmente las cosas, de manera que todos quedaran satisfechos—todos menos el candidato que hoy llamaríamos boycoteado.—Iría á la ciudad, se pondría de acuerdo con los jefes del partido oficial, ¡hasta vería al Gobernador si era preciso! Le dieron plenos poderes, y, preparándose para el viaje y la campaña política, aquella misma noche me llamó:

—¡Muchacho!—me dijo.—Tengo tu suerte en la mano. No estaba esperando más que una «bolada» y lo que es ésta no me la quita nadie.

Aunque todavía no tengás la edad, te vamos á hacer diputado. Así, como suena, diputado.

Me quedé estupefacto. En mis sueños más ambiciosos no me había atrevido á esperar semejante ganga, sino para muchos años después, y eso vagamente. De simple empleadillo de la Municipalidad—pues aunque el sueldo aumentado ya varias veces era crecido, no se me había dado función alguna, por la sencilla razón de que no la ejercería,—de simple empleadillo de la Municipalidad á diputado á la Legislatura de la provincia ¡era tan grande el salto!...

—¿De veras, don Higinio? ¿No me está «titeando»?—logré preguntar por fin.—¿Con qué títulos?...

—«Sos» hijo de tu padre y un poco hijo mío, si me salgo con la mía... que me he de salir.

¡No! si no soy ciego y no tenés para qué hacer