Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/109

Esta página no ha sido corregida
— 101 —

en cierto modo, hasta que empieza á acostumbrarse al dolor. El cura y don Higinio me acompañaban.

En casa, y con otras señoras y niñas, Teresa trataba de consolar á mamita que, encerrada en su cuarto, á obscuras, llorando y rezando, no quería ver á nadie ni dejarse distraer de su pena bajo pretexto alguno. Me tuvo abrazado largo rato, cubriéndome de besos y bañándome en sus lágrimas.

Á la hora de comer, todas las visitas se marcharon, excepto Teresa, que quedó para acompañar á mi madre y manejar la casa, por indicación de don Higinio.

Por la noche, solos, viendo y compartiendo mi honda aflicción, me habló más tiernamente que nunca. Embriagados por el dolor, hubo un instante en que nos abrazamos, perdida la cabeza.

Y este fué el momento de gran emoción de que hablara de la Espada.


XIV

La muerte de tatita dejaba en manos de don Higinio Rivas los destinos políticos de Los Sunchos, que había compartido con él. Era el caudillo único é indiscutible, entre otras cosas porque, conocedor de los secretos del gobierno de la comuna, tenía á todas las autoridades como si dijéramos rendidas á discreción. Convencido de que tarde ó temprano me casaría con Teresa, ignorante del cambio radical introducido en nuestras relaciones, sabiendo que mi padre nos había dejado más deudas que bienes, que mamita era incapaz de salir del atolladero y que yo no sabría manejarme mucho mejor que ella, me propuso encargarse desinteresadamente de