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muchacha!... ¡Bah! consultaré á de la Espada, lo haré mi confidente... ¿Por qué no?...

Él sí que tiene experiencia... y no dirá nada á nadie...


XIII

Al día siguiente, revelé á de la Espada todos mis secretos, sin omitir ni aun el fracaso de mi última tentativa. Se echó á reir.

—¡No seas tonto!—dijo.—No te aflijas ni te desalientes. La muchacha está á punto, y sólo te falta la ocasión. ¡No vayas á asustarla! Por el contrario, inspírale la mayor confianza posible, y espera. La casualidad te proporcionará, indudablemente, algún momento de gran emoción para ella. Ése es el bueno, y habrá que aprovecharlo... Pero ¡ten cuidado! Mira que el padre no es de los que aguantan esas cosas, y en cuanto llegue á descubrir tus intenciones, ó su realización, si no te mata es muy capaz de casarte á la fuerza. Tanto más cuanto que es íntimo amigo de tu padre.

—¡Bah!—repliqué.—Ya veremos lo que se hace. No le tengo miedo al viejo, y no es el primero que tiene que jorobarse. ¡Cuántos del pueblo, según tú mismo me has dicho, han tenido que hacerse los sonsos, para evitar que el escándalo fuese más grande!...

La oportunidad de que hablaba «el galleguito», como le decíamos, no tardó, efectivamente, en circunstancias trágicas para mí...

Había conversado muchas noches con Teresa, adormeciendo sus recelos, exasperando su amor, y entre nosotros reinaba la más deliciosa intimidad.

Hablábamos de casarnos... hacíamos proyectos... Ella quería que viviésemos en casa de su padre, yo fingía exigir que habitásemos