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ban, los que debían ser nuestros amigos, ó no nos defendóan, ó nos hablaban con salvedades y reticencias, ó nos decían sin ambajes que íbamos á pregonar ideas que pugnan con las corrientes que dominan. En todo Madrid y entre todos los que están en juego, sólo oímos una voz que se pusiera decididamente al lado de la nuestra; y esta voz, no quiero ocultarlo, señores, fué la voz que yo menos esperaba; la voz que resonó desde el punto más elevado del Regio alcázar.

Ahora bien, señores: yo, republicano convencido; yo, que habiendo visitado la mayor parte de los palacios de Europa, en ninguno de ellos he experimentado otra impresión que una de helada tristeza; yo que, en cambio, al pasar la verja que cierra el árbol de Guernica, la tuve de calor, y sólo me he sentido completamente hombre libre, al sentarme en una solemnidad suiza á la misma mesa á que se sentaba el presidents de la Confederación, comiendo al mismo precio á que todos comíamos, y siendo respetado por todo el mundo, gracias á la misma ausencia de todo signo exterior de autoridad; yo que sólo había sentido igual satisfacción íntima y pura, al asistir en aquella misma nación al rústico circo de piedra en que los ciudadanos de los pequeños Cantones se congregan cada año para darse magistrados y leyes, yo, señores, os suplico un aplauso á la única voz que en aquellos momentos resonó en favor de Cataluña.

He concluído la primera parte. Voy á decir cuatro palabras sobre el segundo objeto que me ha impulsado á levantarme.

El acto que se ha realizado, ha adquirido mucha más importancia de lo que podíamos prever. A nosotros nos ha tocado dar el primer paso en el nuevo camino que ha em-