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los siglos sus luces y sus errores, sus vicios y sus virtudes, le constituye y convierte a la larga en tirano de sí mismo y de la naturaleza(h). Sería también terrible el verse forzado a celebrar como un ser bienhechor a aquel que fue el primero que sugirió al habitante de las orillas del Orinoco el uso de tablillas que aplica sobre las sienes de sus hijos, y que les conservan por lo menos una parte de su imbecilidad, y de su felicidad original.

El hombre salvaje, abandonado por la naturaleza al solo instinto, o más bien puede ser indemnizado del que le falta por medio de facultades capaces de sustituirle quizas, y de eleverlo enseguida a una altura superior a aquella, principiará precisamente por las funciones puramente animales (i); a percibir y sentir será su primer estado, el que será común con todos los animales: querer y no querer, desear y temer, serán las primeras y casi las únicas operaciones de su alma, hasta tanto que nuevas circunstancias causen y operen en él nuevos desenvolvimientos.

A pesar de cuantos dicen y pretenden los moralistas, el entendimiento humano debe infinito a las pasiones, las que de un