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agradase, sin que encontrasen nada de que pareciese tener e menor deseo. Nuestras armas le parecian pesadas é incómodas, nuestros zapatos le herian los pies, nuestros vestidos le quitaban la libertad, y así todo lo despreciaba; al fin repararon que habiendo tomado una colcha de lana, parecia tener placer en cubrir con ella sus espaldas; no negaréis, a lo menos, le digeron al punto, la utilidad de ese mueble. Sí, respondió el, esto me parece casi tan bueno como la piel de una bestia. Aun ni eso hubiera dicho, si hubiese llevado lo uno y lo otro en tiempo de lluvia.

Puede ser me dirán que es este hábito el que, aficionando á cada uno á su modo de vivir, impide á los salvages el conocer lo que hag de bueno en el nuestro: y bajo este concepto debe parecer á lo menos muy estraordinario que el hábito tenga mas vigor para hacer permanecer á los salvages en el gusto de su miseria, que á los europeos en el goce de su felicidad. Mas para dar á esta última objeccion una respuesta á la cual no haya ni una sola palabra que replicar, sin alegar todos los jóvenes salvages que se han esforzado en vano de civilizar; sin hablar de los Groenlandeses y de los habitantes de la Islandia, que han intentado educar y alimentar en Dinamarca, y que la tristeza y la desesperacion han hecho perecer á todos, ya sea de tedio y ya en el mar adonde habian tentado á nado poder escaparse y llegar á su pais, yo me comentaré con citar un solo ejemplo bien constatado, y que doy para que le examinen los admiradores de la civilizacion europea.