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DE DIÓGENES LAERCIO.

con regalos, convites y conversaciones; pero Xenócrates nada de esto hizo, y por esta causa no lo admitió Filipo. Vueltos a Atenas los embajadores, dijeron que en balde había ido con ellos Xenócrates; y cuando ya se le preparaba la pena, oyeron de él «que entonces más que nunca se había de precaver la república, pues Filipo había ablandado a los otros con dones, pero a él de ningún modo había podido doblarlo». Dicen que de esto le resultó duplicado honor; y aun Filipo dijo después que, de cuantos embajadores habían venido a él, sólo Xenócrates no había admitido regalos. Habiendo ido también embajador a Antípatro (pidiendo entregase los soldados atenienses hechos prisioneros de guerra en la batalla de Lamia), como lo convidase a cenar con él, pronunció los versos siguientes[1]:

¡Oh, Circe! ¿qué varón prudente y cuerdo
podrá gustar comida ni bebida,
antes que a sus soldados libres vea?

De cuya prontitud admirado Antípatro soltó y remitió a los prisioneros.

4. Habiéndose retirado a su seno un pajarillo seguido de un sacre, lo acogió y lo libertó diciendo: «No se debe entregar a quien se humilla». Como Bión se burlase de él, le dijo: «Nada le responderé,

  1. Son de Homero, lib. X, Odis., v. 383.