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LIBRO IV.

hombre, sino con una estatua». Algunos dicen que sus discípulos le metieron a Laida en su cama; pero que él fue tan continente, que más quiso darse muchos cortes y aun fuego a sus genitales, que macularse.

2. Era tan veraz que, no siendo lícito entre los atenienses atestiguar sin prestar antes juramento, sólo a Xenócrates le fue el juramento condonado. Era frugalísimo; y habiéndole enviado Alejandro una gran suma, tomando sólo 3.000 dracmas[1] áticas, le remitió lo demás, diciendo «que necesitaba de más caudales quien había de mantener más gentes». Tampoco recibió el dinero que le envió Antípatro, según dice Mironiano en los Símiles. Habiendo sido condecorado con una corona de oro en un convite que hizo Dionisio en la fiesta de los congios[2], al salir del convite la puso a la estatua de Mercurio, ante quien solía poner otras de flores.

3. Dicen que fue con otros enviado embajador a Filipo, y que éste ablandó a los demás

  1. Suplo la voz dracmas, como dije en otro lugar.
  2. Por χατασχοϋσι parece debe leerse Χοϋσι, congios. Éste es el parecer de Menagio, y así se halla escrito en el Timeo de Platón, en Ateneo y Eliano. Podrá verse Juan Meursio en su Groecia feriata y en otras obras suyas. El chóas o chus era igual en cabida al congio romano, medida de cosas líquidas. Contenía diez libras romanas de agua, capacidad igual a la de medio pie cúbico romano o geométrico, y vendría a ser unas 120 onzas nuestras de agua común.