dios, otras mente y semejantes. No admitía las cosas contrarias a este bien, negándoles la existencia. Sus demostraciones no eran por asunciones, sino por ilaciones o sacando consecuencias. Tampoco admitía las comparaciones en los argumentos[1], diciendo que el argumento o consta de cosas semejantes, o desemejantes[2]; si consta de cosas semejantes, antes conviene examinar estas mismas cosas que no las que se le semejan. Pero si consta de cosas desemejantes, es ocioso la instancia o comparación. Esto dio motivo a Timón para hablar de él lo siguiente, mordiendo también a los demás socráticos:
- Pero yo no me cuido
- de estos y semejantes chocarreros.
- No me importa Fedón, sea quien fuere;
- ni el litigioso Euclides,
- que dio a los megarenses
- el rabioso furor de las disputas.
Escribió seis diálogos, que son: Lampria, Fenicio, Critón, Alcibíades y Amatorio.
2. De la secta de Euclides fue Eubúlides Milesio, el cual inventó en la dialéctica diversas formas de argumentos engañosos, como son: el mentiroso[3],
- ↑ διά παρα βολής λόγον. Acaso entiende los argumentos llamados à pari, o por paridad.
- ↑ A las de la paridad.
- ↑ τόν ψευδόμενον, El Mentiroso. Es un argumento capcioso, por el cual se demuestra falsa cualquiera respuesta que se dé: v. gr., pregúntase si miente o no uno que dice que miente. Si se dice que miente, responden que es falso, pues entonces no miente diciendo que miente. Si se dice que no miente, responden que también es falso, pues él mismo dice que miente. De esta falacia usa Cervantes en su Quijote, hallándose Sancho gobernador de la ínsula Barataria, donde había un puente y junto a él una horca en que era ahorcado todo pasajero que preguntado adónde iba se le hallaba en mentira. Llegó, dice, uno, y preguntado adónde iba, respondió que a que lo ahorcasen; de cuya inopinada respuesta se movió la duda de si debía o no ser ahorcado; pues si lo ahorcaban, el hombre había dicho verdad, y no debían ahorcarlo; si no lo ahorcaban, no había dicho verdad, y, por consiguiente, debían ahorcarlo.