parezca haber recibido de alguno grandes favores, sin embargo no son iguales a su merecimiento».
22. «Tampoco admitían los sentidos, porque no nos dan seguro conocimiento de las cosas, sino que debemos obrar aquello que nos parezca conforme a razón». Decían que «los errores de los hombres son dignos de venia, pues no los cometen voluntariamente, sino coartados de alguna pasión. Que no se han de aborrecer las personas, sino instruirlas. Que el sabio no tanto solicita la adquisición de los bienes cuanto la fuga de los males, poniendo su fin en vivir sin trabajo y sin dolor, lo cual consiguen aquellos que toman con indiferencia las cosas productivas del deleite».
23. Los annicerios convienen con éstos en todo; pero «cultivan las amistades, el favor, el honor a los padres y dejan algún servicio hecho a la patria. Por lo cual, aunque el sabio padezca molestias, vivirá sin embargo felizmente, aunque consiga poco deleite. Que la felicidad del amigo no se ha de desear por sí misma, puesto que ni está sujeta a los sentidos del prójimo, ni hay bastante razón para confiar en ella y salir vencedores por opinión de muchos. Que debemos ejercitarnos en cosas buenas, por los grandes afectos viciosos que nos son connaturales. Que no se ha de recibir al amigo sólo por la utilidad (pues aunque ésta falte, no se ha de abandonar aquél), sino por la benevolencia ya tomada; y por ella aún se han de sufrir trabajos, aunque uno tenga por fin el deleite y sienta dolor privándose de él». Quieren, pues, que «se deben tomar