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LIBRO II.


2. Dicen que en una ocasión pagó cincuenta dracmas por una perdiz; y a uno que lo murmuraba, respondió: «¿Tú no la comprarías por un óbolo?» Y como dijese que sí, repuso: «Pues eso valen para mí cincuenta dracmas». Mandó Dionisio llevar a su cuarto tres hermosas meretrices para que eligiese la que gustase; pero las despidió todas tres, diciendo: «Ni aun Paris es seguro haber preferido a una». Dícese que las sacó hasta el vestíbulo y las despidió: tanta era su facilidad en recibir o no recibir las cosas. Por esta causa Estratón o, según otros, Platón, le dijo: «A ti solo te es dado llevar clámide o palio roto». Habiéndole Dionisio escupido encima, lo sufrió sin dificultad; y a uno que se admiraba de ello, le dijo: «Los pescadores se mojan en el mar por coger un gobio, ¿y yo no me dejaré salpicar de saliva por coger una ballena?»[1].

3. Pasaba en cierta ocasión por donde Diógenes estaba lavando unas hierbas, y le dijo éste: «Si hubieses aprendido a prepararte esta comida, no solicitarías los palacios de los tiranos». A lo que respondió Aristipo: «Y si tú supieras tratar con los hombres, no estarías lavando hierbas»[2]. Preguntado qué era lo que había sacado de la filosofía, respondió: «El poder conversar con todos sin miedo». Como le vituperasen una vez su vida suntuosa, respondió: «Si esto fuese vicioso, ciertamente no se practicaría en

  1. Con alguna diversidad lo cuenta Ateneo, 12, 169.
  2. Horacio, I, Epíst. 17. Val. Máx., 4, 3, in ext.