enviado una vez veinte minas[1], se las devolvió Sócrates diciendo que «su genio[2] no le permitía recibirlas». Desagradaba esto mucho a Sócrates. Jenofonte fue su contrario, por cuya razón publicó un escrito contra él condenando el deleite que Aristipo patrocinaba, poniendo a Sócrates por árbitro de la disputa. También lo maltrata Teodoro en el libro De las sectas, y Platón hace lo mismo en el libro Del alma, como dijimos en otros escritos. Su genio se acomodaba al lugar, al tiempo y a las personas, y sabía simular toda razón de conveniencia. Por esta causa daba a Dionisio más gusto que los otros, y porque en todas ocurrencias disponía bien las cosas; pues así como sabía disfrutar de las comodidades que se ofrecían, así también se privaba sin pena de las que no se ofrecían. Por esto Diógenes lo llama perro real, y Timón lo moteja[3] de afeminado por el lujo, diciendo:
- Cual la naturaleza de Aristipo,
- blanda y afeminada,
- que sólo con el tacto
- conoce lo que es falso o verdadero.