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les jefes del partido republicano y del partido monárquico un vivo deseo de derribar la autoridad del Primer Cónsul y de oponerse a la autoridad, todavía más tiránica, que se proponía establecer, haciéndose proclamar emperador. Pero alguien ha dicho, y tal vez con fundamento, que esa conspiración, tan útil a la tiranía de Bonaparte, la fomentó él mismo, para sacar partido de ella con arte maquiavélico, del que conviene notar el modo de proceder. Envió a Inglaterra a un jacobino desterrado, que no podía obtener su repatriación más que por los servicios que prestase al Primer Cónsul. Este hombre hizo como Sinón, al presentarse en la ciudad de Troya, diciéndose perseguido por los griegos. Habló con algunos emigrados que no tenían ni los defectos ni las cualidades que sirven para desenmascarar ciertas picardías. Le fué, pues, muy fácil atrapar a un obispo viejo, a un ex oficial, en fin, a algunos residuos de un régimen bajo el que ni siquiera se sabía lo que era una facción. Escribió en seguida un folleto para burlarse con mucho ingenio de cuantos le habían creído, quienes, en efecto, hubieran debido suplir su falta de sagacidad con la firmeza de los principios, no concediendo nunca la más mínima confianza a un hombre culpable de malas acciones. Todos tenemos nuestra manera de pensar; pero desde que alguien se muestra pérfido o cruel, sólo Dios puede perdonarle, porque sólo él es capaz de leer a bastante profundidad en el corazón humano para w