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francés. Un hecho semejante debería despertar cierta admiración, aún entre los enemigos. Sin embargo, el Emperador Napoleón ha comparado a Rostopschin con Marat, olvidando que el gobernador de Moscou sacrificaba sus propios intereses, y que Marat incendiaba las casas ajenas; lo que no deja de ser un poco diferente. Hubiera podido reprocharse al conde Rostopschin haber ocultado demasiado tiempo las malas noticias del ejército, ya porque se engañase a sí mismo, ya porque creyese necesario engañar a los demás.

Los ingleses, con la admirable rectitud que distingue todos sus actos, dan cuenta de sus reveses tan verídicamente como de sus triunfos, y el entusiasmo se sostiene en ellos por la fuerza de la verdad, sea la que fuere. Los rusos no pueden aún llegar a esta perfección moral, resultado de una constitución libre.

Ninguna nación civilizada tiene tanto de salvaje como el pueblo ruso; y cuando los grandes tienen energía, se aproximan también a los defectos y cualidades de la naturaleza primitiva y sin freno. Mucho se ha alabado la famosa frase de Diderot: "Los rusos se pudren antes de madurar." No conozco nada más falso; sus mismos vicios, con raras excepciones, no nacen de la corrupción, sino de la violencia. "Un deseo rusodecía un hombre superior—haría volar una ciudad." El furor y la astucia los dominan alternativamente cuando quieren cumplir un propósito cualquiera, malo o bueno. Su naturaleza no se