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de melancolía y añoranza. Las rogué que bailaran, y accedieron. No he visto nada más gracioso que estas danzas del país; poseen toda la originalidad que la naturaleza presta a las bellas artes; adviértese en ellas una voluptuosidad recatada; las bayaderas de la India deben de tener algo semejante a esta mezcla de indolencia y vivacidad, encanto de la danza rusa. La indolencia y la vivacidad denotan el ensueño y la pasión, dos elementos del carácter ruso no modelados ni domados todavía por la civilización. Me impresionó la dulce alegría de las campesinas, como, en grados diferentes, la de la mayor parte de la gente del pueblo con quien había tratado en Rusia.

Comprendo que han de ser terribles cuando se exciten sus pasiones; como carecen de instrucción, no saben dominar su violencia. Por lo mismo que son ignorantes, tienen muy pocos principios de moral; el robo es muy frecuente en Rusia, pero también la hospitalidad; dan y quitan, según que en su fantasía hable la astucia y la generosidad, porque una y otra excitan la admiración de este pueblo. Este modo de ser se parece un poco al de los salvajes; pero creo que ahora las naciones europeas sólo tienen energía cuando son lo que se llama bárbaras, es decir, no ilustradas, o cuando son libres. Las naciones a quienes la civilización sólo ha enseñado a ser indiferentes a todo yugo, con tal de que su hogar no se perturbe; las naciones a quienes la civilización sólo ha enseñado a explicar la tiranía y a razo-