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ne borrar de los fastos europeos el nombre de Polonia y de los polacos. Es una desgracia para esta nación que el Emperador Alejandro no haya tomado el título de rey de Polonia y asociado la causa de este pueblo oprimido a la de todas las almas generosas. Napoleón preguntó a uno de sus generales, delante del señor de Balasheff, si había estado alguna vez en Moscou y cómo era aquella ciudad; el general dijo que le parecía un poblachón más que una capital. "Y cuántas iglesias tiene?"—continuó el Emperador. "Unas mil seiscientas" le respondieron. "Es inconcebiblerepuso Napoleón— en una época en que nadie es religioso." "Perdón, Señor—dijo el señor de Balasheff, los rusos y los españoles lo son todavía." Admirable respuesta, que presagiaba, así era de esperar, que los moscovitas serían los castellanos del Norte.

Entretanto, el ejército francés progresaba rápidamente, y hay tal costumbre de ver a los franceses triunfar de todo en el exterior, aunque en su país no sepan resistir a ningún yugo, que con razón temí encontrármelos en el mismo camino de Moscou. Extraña suerte la mía: tener que huir de los franceses, entre quienes he nacido, que han llevado a mi padre en triunfo, y huir de ellos hasta los confines de Asia. Pero, en fin, ¿cuál es el destino, grande o. pequeño, que el hombre, nacido para humillar al hombre, no puede derrocar? Crei que tendría que llegar hasta Odessa, ciudad que ha prosperado bajo la administración ilustrada del