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to que en el momento de embarcar alegaran haber descubierto que intentaba irme a Inglaterra, y me aplicasen el decreto que castigaba con cárcel a los que intentaban ir allá sin permiso del Gobierno. Me pareció, pues, infinitamente mejor ir a Suecia, noble país, cuyo nuevo jefe dejaba adivinar ya la gloriosa conducta que después ha mantenido. Pero ¿qué camino seguir para ir a Suecia? El gobernador me había dicho en todos los tonos que dondequiera que Francia mandaba me prenderían; y ¿cómo llegar adonde no mandaba? Era absolutamente necesario pasar por Rusia, puesto que toda Alemania estaba sometida a la dominación francesa. Pero para llegar a Rusia había que atravesar Baviera y Austria. Yo tenía confianza en el Tirol, aunque unido a un Estado confederado del imperio francés, en castigo del valor de sus infelices habitantes. En cuanto a Austria, a pesar del funesto rebajamiento en que había caído, aún tenía yo a su monarca en suficiente estima para esperar que no me entregaría; pero sabía también que no podría defenderme. Después de sacrificar el antiguo honor de su casa, ¿qué fuerza le quedaba en ningún terreno? Pasaba, pues, mi vida estudiando el mapa de Europa para escaparme, como Napoleón lo estudiaba para hacerse el amo de ella, y mi campaña, igual que la suya, tenía a Rusia por objetivo. Esta potencia era el postrer refugio de los oprimidos, y, por tanto, el dominador de Europa se proponía abatirla.