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enorguellecían de su miseria, hija de su altivez, y se complacían en unos sufrimientos que los asociaban al infortunio de su intrépida patria. Veíaselos, a veces, entrar en un café sólo para leer el periódico, a fin de descubrir la suerte de sus ami—, gos a través de las mentiras de sus enemigos; su rostro permanecía entonces inmóvil, pero no inexpresivo, y en él se descubría la fuerza reprimida por la voluntad. Más lejos, en Auxonne, residían los prisioneros ingleses que, la víspera, habían salvado de las llamas una de las casas de la ciudad donde los tenían encerrados. En Besançon había más españoles. Por toda Francia se tropieza con desterrados franceses. Una joven angelical vivía encerrada en la ciudadela de Besançon para no separarse de su padre. Hacía ya mucho tiempo que, arrostrando toda clase de peligros, la señorita de San Simón compartía la suerte del autor de sus días (1).

A la entrada de Suiza, en la cumbre de las montañas que la separan de Francia, está el castillo de Joux, en el cual se encierra a los prisioneros de Estado, de quienes ni sus padres vuelven a saber nada por lo general. En esta prisión (1) El duque de San Simón, ex coronel del regimiento de Poitou, diputado de la nobleza del Angoumois en los Estados generales, emigró a España, donde llegó a ser mariscal de campo, coronel de la Legión real de los emigrados. Cuando el sitio de Madrid por los franceces en 1808, se encontraba en la ciudad, y la defendió. Hecho prisionero y condenado a muerte por un Consejo de guerra, iba a ser fusilado, cuando su hijn corrió a implorar a Napoleón, que concedió una conmutación do la pena. Fué encerrado en la ciudadela de Besançon, dondo su hija única. compañera voluntaria de eu prisión, le cuidó con la más tierna solicitud.

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